Introducción
Primero que todo aclarar que en este artículo por “educadores” entenderemos al conjunto completo de adultos que comparten la responsabilidad de educar en una comunidad escolar. Nos referimos a todos los adultos que en la escuela educan, simplemente porque su calidad de adultos, los convierte en los modelos de comportamiento de los estudiantes. Me refiero, por supuesto a los profesores, profesionales formados para liderar el proceso educativo, a los asistentes de la educación (administrativos, técnicos y auxiliares) y a los apoderados.
Sí vamos a hablar de poder, pero no de cualquier poder; ni político, ni económico ni militar; hablaremos del poder transformador del lenguaje en educación, como una distinción imprescindible que deberá realizar todo quien quiera llevar a una comunidad educativa y con ella a la sociedad en su conjunto, hacia nuevos y mejores estados.
Mucho más que descripción
Si bien en cualquier contexto social el lenguaje es mucho más que descripción, ya que tiene un reconocido poder generativo de realidades (Echeverría 2008 ), es Educación el sistema que por excelencia provee de las condiciones para que este lenguaje despliegue su máximo potencial transformador: otorga el privilegio que dirigirnos a los niños y niñas, cuyas almas abiertas y mentes “neuroplásticas”, son modeladas a través de las interacciones y conversaciones que con ellos compartimos.
Que los educadores hagan consciente su poder transformador es una condición fundamental para elevar la valoración por el rol que cumplen; abrirse a generar cambios; e incrementar la empatía y asertividad; todos efectos que repercutirán positivamente en la calidad de las relaciones humanas que dan sustento a la convivencia y clima escolar.
Lo que comunicamos a través de diversas formas de lenguaje no es inocuo, según lo que comuniquemos y como lo hagamos: motivamos o desmotivamos; alegramos o apenamos; generamos confianza o distanciamos; ampliamos o reducimos el horizonte de oportunidades de personas.
Manos a la obra
A fin de llevar esta distinción de forma sencilla a la práctica cotidiana, una manera muy concreta de iniciar con esta “elevación de conciencia transformadora”, es proponernos identificar y luego erradicar las frases “peyorativas y totalizantes” de nuestras conversaciones en nuestra comunidad educativa. Nos referimos a aquellos NUNCA, SIEMPRE, TODO, NADIE, NINGUNO, entre otros; que cuando son usados para referir a comportamientos no deseados en el otro, van consolidando de éste, un concepto negativo y limitando sus posibilidades de desarrollo. Algunos ejemplos a continuación:
“NUNCA traes tus .. (tareas, materiales, etc)”
“¡Como SIEMPRE llegando tarde!”
“¡Ese alumno no respeta a NADIE!”
“TODOS saben que eres Conflictivo”
“Este curso es el PEOR del colegio”
¿Podría alguna de estos enunciados ser declarado sin ningún efecto en quien lo recibe?
¿Nos ofrecen expectativas formativas en el comportamiento del o los destinatarios?
¿Acaso su uso no constituye riesgo de apropiación por parte de otros miembros de la comunidad educativa y su repetición por costumbre?
Puedes proponerte comenzar haciendo una lista de frases “peyorativas y totalizantes” y trabajar en re elaborarlas desde una perspectiva positiva, constructiva y habilitadora para quien va dirigida, luego en alguna instancia de trabajo presentarla a tus colegas para que se sensibilicen y retroalimenten.
Si no construyen nada positivo ni son formativas ¿Por qué las utilizamos?
En realidad el recurrir a estas unidades lingüísticas podría estar relacionado con la efectividad que exhiben para expresar verbalmente algunos estados emocionales intensos. El problema es que, incluso ante la posibilidad de reevaluar la situación y al racionalizarla notar que es un exceso que no refiere necesariamente a una situación real (porque, por ejemplo, quien nunca trae sus tareas es alguien que ni siquiera en una oportunidad las ha llevado); el mensaje ya ha hecho lo suyo en el receptor, quien lo ha incorporado tal y como le ha sido presentado, y de esta manera retroalimenta el concepto o autoconcepto -según corresponda- de quien resulta aludido.
El sabernos poderosos y transformadores nos hace más consciente de las responsabilidades con nosotros mismos y con la comunidad educativa.
Tomar conciencia de este poder transformador, debiera ser un factor de motivación hacia el buen desempeño al situarnos ante el dilema ético de decidir entre mejorar o dañar la convivencia, porque “inadvertidos”, aunque queramos, no vamos a pasar.