Según datos del Departamento de Estadísticas del Ministerio de Salud, en nuestro país por cada persona que se suicida, hay 20 que lo están intentando y 50 que los están pensado. Esta misma fuente señala que el suicidio es la segunda causa de muerte entre niños de 10 y 18 años.
Definitivamente a nadie le gusta hablar sobre la posibilidad de suicidio de nuestros niños, niñas y adolescentes (NNA), es un tema que resulta muy complejo poner sobre la mesa, sin embargo, es tan urgente y necesario su abordaje, como el tener mecanismos de intervención en crisis, a fin de evitar llegar a lamentar las consecuencias de una realidad a la que están expuestas todas las comunidades educativas y cada familia que la compone, dada tanto las dolorosas estadísticas mencionadas, como la necesidad de abordar la multicausalidad de este fenómeno.
Reducir y prevenir el riesgo suicida es un desafío de todas las comunidades educativas en el actual contexto psicosanitario, de incremento exponencial de problemas de los factores de riesgo a la salud mental, propósito que debe ser necesariamente una estrategia integral que articule distintas instancias, tanto institucionales, como familiares y comunitarias, bajo una perspectiva de “Promoción de la Salud”, entendida como la “Acción y abogacía para abordar el rango completo de los determinantes de la salud que son potencialmente modificables. En este sentido, vale la pena discutir la importancia de los entornos, de los ambientes sociales, de las posibilidades de acceder a oportunidades para el desarrollo de habilidades y capacidades personales.” (OMS, 2014)
Pandemia, estados emocionales y salud mental.
Distrés, incertidumbre, miedo, angustia, soledad, frustración, entre otros, caracterizan los estados emocionales que, desde que apareció la pandemia, han cobrado protagonismo en la vida de muchos de nosotros, lo cual es esperable y nada anormal, en personas que reaccionan frente a la pandemia y sus efectos familiares, comunitarios, sociales, económicos. En palabras de Alicia Stolkiner, profesora titular de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en entrevista para el diario electrónico Telam señala que “la ausencia de malestar es un signo de alguna problemática de salud mental. El dolor del duelo, la angustia y la incertidumbre nos atraviesan a todos porque no hay nadie que lo pueda evitar.
Ahora bien, si dentro de estos estados emocionales esperables que es dado que experimente cualquier persona “sana”, comienzan a irrumpir pensamientos intrusivos sobre ideas de la muerte como fin a sentimientos de malestar o sufrimiento, comportamientos autolesivos como válvula de liberación de emociones atascadas, u otras emociones, pensamientos o conductas atentativas contra la propia integridad, es porque lidiar con estos estados emocionales está resultando en una tarea que por sí solo(a) será muy difícil, por tanto se hará necesario activar mecanismos diseñados para brindar el apoyo necesario en estas situaciones.
Estrategias para la Prevención del Riesgo Suicida en Comunidades Educativas
Para enfrentar esta “nueva realidad” a nivel educativo, muchas comunidades han creado protocolos, bajo la apuesta de que si el procedimiento que describe es conocido por todos quienes deben intervenir, la reducción de situaciones de riesgo suicida debiera ser la consecuencia. En general se enfocan en los y las estudiantes -aunque hay también unos que son aplicables a todos los miembros de la comunidad- y van desde la detección de conductas de riesgo, hasta la derivación a entidades especializadas, transitando por conversaciones, instancias de contención y derivaciones internas, antes de recurrir a otras instituciones. Y es que tal como menciona Bang y Stolkiner (2013), desde el paradigma de la complejidad y reconociendo múltiples determinantes y entrecruzamientos en el campo de problemáticas de salud mental, su abordaje debiese incluir necesariamente un enfoque complejo e integral, siendo la protección de derechos una estrategia fundamental.
Claro está que la construcción de protocolos claros y adecuadamente difundidos pensando en la diversidad de “audiencias” al interior de las comunidades educativas, es en la actualidad, una condición esencial para la prevención y reducción del riesgo suicida; no obstante, la efectividad de dichos instrumentos se encuentra supeditada a la sensibilización de las comunidades educativas respecto del tema y a la comprensión de la prevención en un marco de corresponsabilidad de todos los actores educativos; y cuando decimos “todos”, nos referimos a realmente todos, en tanto que el entorno humano de quienes se encuentran ideando o intentando suicidarse, puede constituirse como un factor protector y determinante para la prevención, a partir de la detección y alerta sobre conductas de riesgo, a nivel de contención y gestión de ayuda interna y externa.
La Escuela debe Salud Mental desde una Perspectiva Comunitaria
Por último señalar, que si bien el problema de la ideación, intento o consumación del suicidio muchas veces se asocia a patologías de base, la comprensión del fenómeno desde la perspectiva de la Salud Mental Comunitaria, amplía la mirada hacia las subjetividades de los miembros de la comunidad educativa, al significado propio asignado a la experiencia vital, con o sin diagnóstico, con o sin presencia de “enfermedad”; contexto en que la comunicación y empatía serán la llave de acceso a la experiencia del otro/a/e. Al mismo tiempo, la perspectiva de la Salud Mental Comunitaria, invita a que cada escuela, colegio y liceo se observe en cuanto a las condiciones de bienestar, autocuidado y promoción de la salud, que provee a su comunidad, desde la comprensión de que el bienestar de cada uno de sus miembros impactará sobre los demás y sobre la comunidad en su conjunto.
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